Innovación ambiental y República Dominicana: ¿sintonía con el futuro o retroceso energético?

  Berna | Suiza 

– La innovación ambiental está transformando los mercados globales y acelerando la transición hacia energías limpias. Tecnologías que hace apenas una década parecían lejanas y costosas —como la movilidad eléctrica, la energía solar a gran escala y el almacenamiento con baterías— hoy se posicionan como opciones competitivas y cada vez más asequibles. El mundo avanza a un ritmo que obliga a repensar los modelos energéticos tradicionales, y los países que no se adapten corren el riesgo de quedar rezagados en la carrera por la sostenibilidad y la competitividad económica.

Sin embargo, en República Dominicana el panorama parece caminar en dirección contraria. Mientras gobiernos de América Latina y Europa apuestan por una matriz energética más diversificada y verde, el Gobierno de Luis Abinader y el Partido Revolucionario Moderno (PRM) colocan sus fichas principales en plantas de generación a gas natural. Si bien se trata de un combustible más limpio que el carbón o el fuel oil, no deja de ser un recurso fósil con altas emisiones de carbono y dependencia de importaciones.

La pregunta es inevitable: ¿es suficiente esta apuesta en un momento en que la transición energética mundial se acelera? O, peor aún, ¿estamos comprometiendo recursos estratégicos en proyectos que pronto podrían convertirse en obsoletos frente a los avances tecnológicos globales?

La experiencia internacional es clara. La Agencia Internacional de Energía (AIE) advierte que la energía solar ya es la más barata de la historia y que, junto con la eólica y el almacenamiento, desplazará progresivamente a los fósiles. Además, países como Chile, Costa Rica y Uruguay han demostrado que es posible transformar la matriz eléctrica en menos de dos décadas con políticas decididas, inversión estratégica y reglas de juego claras para los inversionistas.

En cambio, República Dominicana sigue atrapada en la lógica del corto plazo: resolver la crisis de generación con gas natural y relegar las renovables a un papel secundario. Este modelo no solo compromete la sostenibilidad ambiental, sino también la seguridad energética del país, ya que dependemos de un mercado internacional de gas marcado por la volatilidad de precios y por tensiones geopolíticas que escapan a nuestro control.

El riesgo es doble: económico y político. Económico, porque el país podría terminar pagando más caro por energía en el futuro cuando las renovables ya estén consolidadas y los fósiles pierdan competitividad. Político, porque se proyecta una imagen de atraso y dependencia en un momento en que la comunidad internacional valora los compromisos climáticos y la coherencia con los acuerdos multilaterales.

La transición energética no es una moda; es una realidad irreversible. Persistir en un modelo basado en fósiles es hipotecar el futuro, posponer la modernización y renunciar a la posibilidad de liderar en sostenibilidad en el Caribe.

El desafío para República Dominicana es claro: pasar de ser un país que “apaga fuegos” con soluciones intermedias, a ser un Estado visionario que invierte en energías limpias, fortalece la investigación científica y crea incentivos reales para que empresas y ciudadanos apuesten por la innovación ambiental.

De lo contrario, el país corre el riesgo de quedarse tocando una partitura atrasada, mientras el resto del mundo interpreta la sinfonía del futuro