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Rusia en la OTAN: ¿utopía o giro histórico?

Escribe Iscander Santana

27/08/2025

Zürich | Suiza 

Imaginemos un escenario donde Rusia solicita y es admitida como miembro de la OTAN. ¿Se disiparía la desconfianza acumulada durante más de siete décadas? Plantear esta hipótesis no es un simple ejercicio de imaginación: los beneficios potenciales y los riesgos históricos merecen una reflexión seria.

Un giro en la arquitectura de seguridad global

Si Rusia ingresara en la OTAN, la arquitectura de seguridad internacional daría un vuelco radical. El principal argumento a favor sería el fin del juego de suma cero: Moscú dejaría de percibir a la alianza atlántica como una amenaza existencial y Occidente podría concentrarse en retos globales como el terrorismo, el cambio climático o el ascenso de China.

La cooperación militar, la interoperabilidad y el intercambio de inteligencia podrían mejorar, reduciendo el riesgo de incidentes graves y malentendidos en Europa. Para muchos países del flanco oriental, el temor a una agresión rusa —que hoy justifica enormes incrementos en gasto militar y políticas de disuasión— podría atenuarse significativamente.

La desconfianza, ¿realmente desaparecería?

Sin embargo, la historia pesa demasiado. La desconfianza entre Rusia y la OTAN no es solo militar: es política, cultural y psicológica. Durante décadas, la narrativa oficial tanto rusa como occidental se ha cimentado sobre la idea del “otro” como amenaza. Ese legado, alimentado por conflictos indirectos y choques de valores, difícilmente se borra con un tratado.

Aceptar a Rusia, además, implicaría redefinir los principios fundacionales de la alianza. ¿Sería viable que Moscú mantuviera su arsenal atómico —el mayor del mundo— bajo la sombrilla de la defensa colectiva? ¿Cómo reaccionarían los países que han construido su identidad geopolítica alrededor del temor al Kremlin? El frágil consenso interno de la OTAN quedaría sometido a una tensión inédita.

¿Acuerdo plausible o utopía irrealizable?

Con el telón de fondo de la guerra en Ucrania, la multiplicación de ejercicios militares y la narrativa rusa de un Occidente hostil, la posibilidad de que Moscú entre en la OTAN luce más remota que nunca. La reconciliación total requeriría mucho más que una firma en Bruselas: demandaría décadas de confianza, reformas profundas y un cambio radical en las percepciones mutuas.

Sin embargo, imaginar un futuro donde Rusia y la OTAN sean aliados y no adversarios sirve como recordatorio de que la desconfianza internacional no es un destino inevitable, sino el producto de decisiones políticas concretas.

Conclusión

Si Rusia ingresara mañana en la OTAN, la desconfianza no desaparecería de inmediato. Pero este ejercicio de imaginación invita a replantear prejuicios y a considerar que, algún día, la seguridad cooperativa podría reemplazar la disuasión permanente. La historia sugiere que es improbable. Pero la política internacional, como la literatura, siempre deja espacio para la fantasía.

Iscander Santana.
Analista independiente en geopolítica,  radicado en Zúrich, Suiza.

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